Silenciamos las luces de la noche sin apenas un ligero murmullo.
Sin palabras, nos íbamos matando, suavemente, para que ninguno lo notara.
Tardamos demasiado en darnos cuenta de la realidad de nuestros actos.
Tardamos tanto que, cuando vimos lo que de verdad habíamos hecho,
ya estábamos muertos por dentro. Mustios. Sin un resquicio de vida en nuestro interior,
que pudiéramos regalar. Y qué decir de amor.
Verla a ella te fortalecía, te revivía. Mientras que a mi, veros me mataba poco a poco.
Lentamente.
Silenciamos las luces de la noche sin apenas un ligero murmullo.
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